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diez y seis años no haya abrigado nadie ni una sombra de sospecha? Eso es precisamente lo que me producía un enorme placer. A veces, sola en mi cuarto, me moría de risa pensándolo. ¡Era delicioso! ¡Tener una reputación casi de santa y pasarse noches enteras gozando! Pero ustedes los hombres casados comprenden muy bien las delicias de los amores secretos... Nadie sospechó, cuando me fuí hace años a Odesa, que no me iba por motivos de salud, sino sencillamente porque estaba encinta.

El juez de instrucción la miraba con una mezcla de curiosidad y horror.

—¿Y no se ha tropezado usted nunca con alguno de sus conocidos?

Ella se echó a reír.

—Por fortuna, no. Pero aunque me hubiera encontrado con alguno que me conociera, no me hubiera expuesto a nada. Le habría propuesto ir conmigo, y él hubiera aceptado gustoso. A usted, por ejemplo... un hombre respetable, casado... ¿semejante proposición no le hubiera hecho correr en pos de mí, aunque sólo hubiera sido por su originalidad? Con tanto más motivo cuanto que, de seguro, habrá usted oído hablar muchas veces a su hija de mis virtudes...

Arreglados los cabellos y sentada en el sillón añadió muy tranquila:

—Tenga usted la bondad de mandar a alguien al instituto por mis cosas y mis papeles. Y haga usted el favor de decir que me traigan café...