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encanto, en su persona. Natalia Davidovna se convertía en una buscona elegante, en una modista al servicio de un lujoso almacén de modas, en todo lo que queráis, menos en nada parecido a la austera inspectora que la gente estaba habituada.

Andaba con la languidez de una mujer ligera, acostumbrada a entregarse a muchos hombres. Les hacía señas a los transeuntes, se reía provocativamente y, al mismo tiempo, se cuidaba de no tropezarse con nadie que la conociese.

Su linda figura atraía a los hombres; pero cuando le hacían una proposición, se negaba con un movimiento de cabeza, rechazando de un modo enérgico a los más obstinados. Buscaba. Su larga experiencia y su instinto de mujer perversa la ayudaban a escoger el hombre que le hacía falta.

Sin cuidarse para nada de su belleza, de su edad, de su traje, elegía el hombre que necesitaba. A veces era un viejo, a veces un jorobado, con frecuencia un muchacho.

Conducía al que había elegido, en un coche de punto, al extremo de la ciudad, a cualquier hotel de mala fama, y se entregaba, durante toda la noche, a una orgía sensual sin nombre.

A la mañana siguiente, cuando su compañero, extenuado por la monstruosa fiesta de amor, se dormía con un sueño profundo, ella se bajaba sin ruido de la cama, se vestía, y, después de pagar todos los gastos de la noche, tomaba un coche y regresaba presurosa al instituto.

Nunca se acostaba dos veces con el mismo ho n-