Pauvre enfant. Vous perdez votre santé.
Alles—vite vous réposes, ma cherie.
En efecto: los domingos siguientes a las noches pasadas en casa de su tía, Natalia Davidovna tenía un aspecto harto enfermizo. Se diría al mirarla que acababa de dejar el lecho después de una larga dolencia o que se había entregado durante la noche a los placeres de una orgía loca:
tan pálido estaba su rostro, tan cansados sus ojos, tan secos y exangües sus labios.
En realidad, Natalia Davidovna no había tenido nunca tía alguna. Durante los diez y seis años había engañado a todo el mundo hablando de aquella tía mitológica, y nunca nadie había concebido sospechas.
Cada dos o tres meses, el sábado, después de!
rezo de la noche, se dirigía a la directora:
—Me permettrez—vous, princesse, d'aller voir ma tante?
—Mais certaiment, mon enfant. Seulement, ne vous fatiguez pas trop.
Y Natalia Davidovna, después de asegurarse de que las jóvenes alumnas dormían con un sueño profundo, salía lentamente del instituto, saludada por los criados y el portero con marcado respeto.
Cuando se había alejado bastante, sacaba de su bolsillo un tupido velo negro, se cubría la cara con él, y un cambio radical se operaba, como por