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NATALIA DAVIDOVNA



Hacía diez y seis años que era inspectora en un instituto de doncellas nobles, y gozaba de una estimación profunda por parte de la directora y de todos los jefes. Se apreciaban en ella la austeridad, los conocimientos pedagógicos y la larga experiencia. Las demás inspectoras hasta tenían celos de ella, tanto más cuanto que la directora, con frecuencia, la invitaba por la noche a conversaciones íntimas. Como es natural, las compañeras no la querían, se le mantenían a distancia y la temían un poco.

A las señoritas que tenía bajo su férula les inspiraba una mezcla de respeto y miedo, y su clase era considerada una clase modelo; las alumnas se portaban muy bien y progresaban mucho en sus estudios. Y, sin embargo, ella no recurría nunca a los gritos, ni a los castigos, ni a las amenazas de quejarse a los padres o a los jefes. Había algo imperioso en su mirada fría y fija, y se advertía en su voz una fuerza tranquila y una serena seguridad de sí misma. Mientras que las demás inspectoras e institutrices tenían todas motes, las muchachas no podían encontrar ninguno