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apoyándose en hipócritas religiosos, en ladrones y en impostores, enviaban muchedumbres de miserables esclavos a matarse mutuamente, y vivían como parásitos sobre la podredumbre de la descomposición social. Y la tierra, tan grande, tan bella, era para aquellos hombres angosta como una prisión, y el aire en ella era pesado como en una caverna.

Pero en aquella época terrible, junto a las bestias de carga, junto a los esclavos cobardes y sin dignidad, se alzaban de vez en cuando hombres altivos, héroes de alma noble, independientes, dispuestos al sacrificio. No acierto a explicarme cómo podían nacer en tal época vil, vergonzosa. En aquellos tiempos sanguinarios, cuando ni el hogar era un abrigo seguro para nadie, cuando la viclencia y el asesinato eran pagados con larguezaaquellos héroes, en su santa locura, gritaban:

"¡Abajo los tiranos!" Y su sangre teñía las piedras de las calles y las losas de las aceras; los infelices perdían la razón en los calabozos; morían ahorcados, fusilados.

Renunciaban gustosos a todas las alegrías de la vida, salvo a la de morir por la libertad de las generaciones futuras.

No veis, caros amigos, ese puente de cadáveres humanos que enlaza nuestro luminoso presente con aquel horrible, tenebroso pasado? ¿No os imagináis ese terrible río de sangre cuyas ondas han empujado a la humanidad al mar radiante y vasto de la felicidad universal?