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sin que se pinte en nuestros ojos un horror salvaje y sin que la maldición brote de nuestros labios, porque nos vamos de la vida hermosos, semejantes a dioses, sonrientes. No nos asimos desesperadamente a nuestros últimos días, sino que, a manera de viajeros cansados, cerramos dulcemente los ojos. Nuestro trabajo es una delicia. Nuestro amor, rotas las cadenas de la esclavitud y la trivialidad, se parece al amor de las flores: tan libre y bello es. Y nuestro único soberano es el genio del Hombre...

Quizá, caros amigos, lo que estoy dicendo sean vulgaridades, cosas que todo el mundo conoce hace tiempo; pero no puedo hablaros de otra manera Esta mañana he leído un libro tan interesante como horrible: "La historia de las revoluciones del siglo xx." No pocas veces he pensado mientras lo leía:

¿Será esto quizá un cuento fantástico? Tan inverosímil, tan estúpida, tan llena de horror me parecía la vida de nuestros antepasados.

Sí, amigos míos: aquellas gentes de quien nos separan nueve siglos parecían serpientes venenc.sas encerradas en la misma jaula. Viciosas, sucias, infectadas de morbos, feas, cobardes, se mataban unas a otras sin cesar, se robaban un p dazo de pan y lo escondían en los escondrijos más obscuros para que un tercero no se lo llevase; se quitaban la tierra, el agua, los bosques, las casas, hasta el aire. Hatajos de gandules ávidos,