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jeto lo habían envuelto de Norte a Sur en una espiral de hilo metálico revestido de caucho, cuya longitud se aproximaba a cuatro mil millones de kilómetros. En ambos polos habían construído dínamos de increíble potencia, y habían unido todos los puntos de la superficie del planeta con innumerables hilos.

No sólo los habitantes de la Tierra, sino también los de otros planetas con los que la Tierra estaba en constantes relaciones, habían seguido con interés apasionado la marcha de los trabajos.

A unos, la empresa de la Asociación les inspirata gran desconfianza, y a otros les inspiraba horror.

Pero la Asociación acababa de realizar brillantemente su proyecto gigantesco, triunfando de todas las previsiones pesimistas. Y la fiesta de Año Nuevo era al mismo tiempo la solemnización de dicho triunfo. La inagotable fuerza magnética de la Tierra ponía en movimiento las fábricas, las máquinas agrícolas, los trenes y los barcos. Alumbraba las calles y las casas, calentaba las habitaciones. Hacía innecesario el carbón, cuyas minas se habían agotado mucho tiempo antes. Desterraba completamente las chimeneas, que impurificaban el aire y mataban con su humo las flores, los árboles y las hierbas, verdadera alegría de la tierra. En fin, hacía milagros en lo tocante a agricultura y cuadriplicaba las cosechas.

Uno de los ingenieros de la estación del Norte, elegido presidente de la reunión de aquella noche, se levantó con un vaso en la mano.

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