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decir más que la verdad, respondió con acento completamente natural:

—Claro, todo es invención mía. Una señora nos contó en el camarote un caso análogo que había, en realidad, tenido lugar en un barco durante una travesía. Su relato me impresionó mucho; me supuse en la situación de la pobre víctima y me llené de horror a la idea de que tu amor, entonces, se convirtiera en odio... Sufrí terriblemente al pensarlo y quise convencerme de lo contrario. ¿Comprendes?... Ahora, todo se acabó... felizmente.

—Sí, felizmente confirmó él, tranquilo del todo y muy alegre. Pero te engañas suponiendo que yo pudiera odiarte... No hubieras perdido el valor a mis ojos con motivo de una desgracia así... ¡No, nunca!...

Elena salió.

Sergio volvió a dormirse y no se despertó hasta las diez. A las once comenzó a inquietarle la ausencia de su mujer. Al mediodía un botones le llevó una breve carta suya.

"Salgo de nuevo para Odesa—escribía en el vapor de las nueve. No te ocultaré que voy a casa de Vasiutinsky, a cuyo lado trabajaré toda mi vida por la causa que nos es cara. Eres el único hombre a quien he amado; el único y el último, porque el amor no existe ya para mí. Tú eres el más puro y el más honrado de los hombres que he conocido.

Pero tú también, como los otros, según ahora veo, no eres más que un hombrecillo suspicaz, mal pen-