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bía, de un modo estúpido, mancillado su cuerp y su pensamiento, abatido su orgullo y robádole para toda la vida la confiada y serena alegría de vivir. No sabía qué debía hacer, y pensaba en ello de la misma manera vaga e indiferente que miraba a la costa, al cielo y al mar.

El pasaje se agrupaba en la banda izquierda del barco. Entre los pasajeros vió Elena al segundo de a bordo, que le dirigió una mirada rápida y furtiva, volvió la espalda y se ocultó tras un camarote cercano. En su faz, en su actitud y en su mirada, Elena leyó la repugnancia y el desprecio. Y se sintió enlazada a él para toda la vida, le pareció haber descendido irreparablemente a su nivel moral.

El barco pasó luego por cerca de Alupka, con su vasto palacio de mármol de estilo morisco, y su espléndido parque; después, ante los ojos encantados de los pasajeros, fueron apareciendo otros parajes pintorescos. El barco se acercaba a Yalta. Todos los viajeros preparaban sus equipajes para el desembarque. Como sucede sienpre en los barcos, en los trenes y en las estaciones, la gente, llena de una estúpida nerviosidad, estaba agitada y desapacible. Tropezaba con Elena, le pisaba los pies y la falda. La joven ni siquiera volvía la cabeza. Pensaba con terror en su esposo. Intentaba en vano imaginarse la cara que pondría al verle y lo que le diría. ¿Tendría valor para decírselo todo? ¿Y qué haría él entonces? ¿La perdonaría? ¿Montaría en cólera? ¿Sen-