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del asunto, ó contradictorias, ó no conformes al arte. Las soluciones se han de tomar de las escepciones, que en todas son doce[1].


CAP. VI.


1. Ahora se podria con razon dudar, quál es mejor, la imitacion de la Epopeya, ó la que hace la Tragedia. Que si la ménos mecánica[2] es la mejor, y por lo mismo pide[3] espectadores mas inteligentes; claro está, que la que todo lo reméda es bien mecánica. Por eso los representantes[4], como que nada entienden los mirones, si no se lo hacen palpable, se mueven de mil maneras á modo de los malos flauteros, que quando tocan la tonada del Disco[5], se bambolean; y quando la de la Escíla, se agarran del Coriféo. Por cierto, la Tragedia es tal; y es así que aun los Farsantes antiguos han hecho este juicio de los nuevos: pues Menisco llamaba Mono á Calipedes, viéndole tan estremado en los gestos y menéos: igual concepto se tenia de Píndaro[6]: y como estos son mirados respeto de los otros, así es reputada toda su arte respeto de la Epopeya. Esta por el contrario, dicen, se hizo para espectadores razonables; por lo qual no echan ménos figuras estrañas. Mas la Tragedia es para gente insensata: luego siendo, como es, tan mecánica, habrá de ser peor sin rastro de duda.

2 A esto sinembargo se responde lo primero, que la tacha no es de la Poética, sino de la farsa; ya que aun en la Epopeya se puede abusar de las gesticulaciones, recitando los versos como lo hacia Sosistrato, y cantándolos como Mnasitéo el Opunteño. Lo segundo, no todo movimiento se ha de reprobar, pues que ni la danza se reprueba, sino el de los figureros: lo qual se

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