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244 — Tratado de la Pintura

fuertes del ánimo. Esta regla de los movimientos y actitudes es muy común en todo género de animales, pues nunca se ha de pintar un buey, que solo sirve para arar, del mismo modo que un fogoso caballo como el bucéfalo; pero para representar la famosa hija de Inaco convertida en vaca, es menester figurarla en la acción de correr con los brazos levantados, y la cola del mismo modo. Con esto basta en cuanto á los movimientos de los animales.

Como todos estos movimientos de que hemos hablado son necesarios, me parece será bien explicar de qué modo se les da también movimiento á las cosas inanimadas en la Pintura; porque los cabellos, las ramas y las hojas que parece se mueven en un cuadro, causan muchísimo gusto. Los cabellos, según mi dictámen, deben moverse de siete modos, lo mismo que las figuras; porque á la verdad ellos se enroscan y forman rizos, se esparcen por el aire como la llama, van ondeando unos sobre otros; unas veces están hácia un lado, y otras hácia otro. Las ramas se doblan formando arco hacia arriba, en parte hacia dentro, y otras se rodean al tronco como una cuerda. Esto mismo sucede en los pliegues de los paños, pues asi como de un tronco nacen muchas ramas, asi también de un pliegue nacen otros muchos, y en ellos se ven todos estos movimientos de modo que apenas habrá pliegue que no los tenga todos. Es menester advertir que en todos los movimientos ha de haber facilidad y soltura que manifiesten gracia, y no violencia y dureza. Pero como siempre queremos que los paños sean apropiados á los movimientos, siendo por su naturaleza graves, y por consiguiente inclinados á la tierra, con lo que se deshacen pronto los pliegues, por eso será oportuno colocar en un ángulo del cuadro la cabeza del Zéfiro ó del Austro que sople entre algunas nubes, y de este modo