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El cantor sin nombre y el pirirí. — 85

causa de su escasa pluma y enjuto cuerpo. Para dormir abrigadas fuera del nido, se apiñan sobre una rama tan estrechamente, que una hilera de diez a doce, parece a la distancia que sólo se compone de cuatro a cinco individuos. En el invierno buscan siempre la resolana, extendiendo sus alas para recibir mejor el calor del sol.

Su plumaje descolorido, su forma desairada, su canto disonante y su carne momia los garantizan contra la codicia humana; antes bien, su incomparable mansedumbre y su sobriedad exclusivamente insectívora, debieran merecerle inmunidad y protección en nuestras casas, a fin de que se propagasen para bien de la agricultura y para inocente pasatiempo de las familias.

Aquél que creó este pájaro inofensivo, privándolo de la habilidad del canto, de la gala, del plumaje, de la belleza de las formas y aun de la gracia y el donaire, pero dotándolo en cambio, de inclinaciones sociales y haciéndolo susceptible de afectos y de goces en cierto modo sentimentales, parece haber querido darnos un ejemplo de la superioridad de belleza moral sobre la belleza física. En efecto, el pirirí, con toda su fealdad y su desaire y su voz desentonada, se hace querer al instante por su bellísima índole, por su amistad desinteresada, por su gratitud a toda prueba, y por su amable sensibilidad: dotes que le conquistan el cariño y los cuidados de los niños, el amor y regalo de las damas, hasta verse con frecuencia abrigado en su regazo y en su seno, mostrándose sensible como una persona a las caricias que se le prodigan. Si debiera estas atenciones a su hermosura, le durarían cuando más lo que ésta dura, o sería olvidado luego que se presentase otra ave más bonita.