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80 — El Tempe Argentino.

A los hechizos de la música uníase la gracia incomparable de los movimientos del ave. Salían de su garganta gorgeos vivos y sonoros, y al mismo tiempo remontaba con raudo vuelo describiendo círculos, y descendía con iguales giros, para volver a subir, sin cesar, en sus hermosos concentos. Ciérnese en el aire, cual colibrí ante las flores, acompañando una suavísima cadencia con la vibración imperceptible de sus alas, como si exprimiese allí toda la intensidad de su ternura. Acelera nuevamente su revuelo circular y exhala suspiros melodiosos que no pueden menos que corresponder a la voluptuosidad de sus recuerdos, degradándose al paso que asciende el cantor en rápido remolino, hasta apagarse en un silencio en que mi alma se deleitaba como si resonaran aun en mi interior los ecos de la divina armonía. Posada la calandria sobre la copa del mirto, nuevos acentos estrepitosos y brillantes llenan los espacios del bosque, sucediénclose con la volubilidad de los arpegios y los trinos, y el ave los acompaña con revuelos igualmente vivos y tumultuosos, que son acaso la expresión de los transportes de su júbilo celebrando sus dichas y sus triunfos.