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78 — El Tempe Argentino.

de sus afecciones internas; se entusiasma a su propia voz, la acompaña con movimientos cadenciosos, siempre adaptados a la inagotable variedad de sus frases, ya naturales, ya adquiridas."

Tiempo hacia que yo me ocupaba en el cultivo de una de las bellísimas islas del delta. Una hermosa mañana de otoño salí de mi choza al amanecer a dar un paseo por mi posesión. Caminaba lentamente; ya atravesando plantíos de jóvenes frutales que me presentaban sus primicias, hermoseadas con el lustre del relente; ya siguiendo las sendas humbrosas del monte, donde las aves que acababan de despertar, saltaban de rama en rama, haciendo caer sobre mí una lluvia de rocío; ya abriéndome paso por la espesura y vagando sin sendero.

¡Qué enajenantes descubrimientos! ¡Arroyuelos serpeando por entre espadañas coronadas de sus blancos penachos y de pintados pájaros, durazneros abrumados con su fruto en racimos rubios y carminados, hermosos panales colmados de miel!... ¡Oh, qué dicha el descubrirlos por primera vez! ¡Qué gusto andar por sendas desconocidas, trazadas por la apacible capibara; contemplar aquellas vertientes de agua cristalina, a cual más sinuosa y bella; encontrarse sorprendido bajo una rústica glorieta que siglos haría esperaba la primera visita del hombre; y allí, sobre su alfombra de musgo, intacta aun, tenderse a reposar y enajenarse con el recuerdo de las emociones de aquel día!

A cada paso se ofrece un objeto nuevo, una planta, un insecto en que se descubren nuevas maravillas que tienen el espíritu en incesante fruición. La naturaleza, infinita en su variedad y portentosa en sus obras, ofrece al observador una fuente inagotable de goces intelectuales, que jamás terminan