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El picaflor y el chajá. — 63

deben (no al olfato como se ha creído) el que puedan ocurrir de muchas leguas de distancia, al momento de caer cadáver algún ser; y para preservarlas a ellas mismas de la persecución de otros carnívoros y aun del hombre, dió a sus cuerpos una carne cenceña y repugnante, y olor fétido. A los sapos, especie de máquinas semovientes destinadas a engullir insectos, a más de un aspecto odioso, los dotó la naturaleza de la facultad de trasudar un humor nauseabundo, que los libra hasta del pico de la cigüeña que no deja reptil con vida.

¡Qué mal hace el hombre en contrariar los designios de la Providencia, destruyendo esas especies! Para evitar que le molesten, aléjelas de su morada, impida su excesiva multiplicación, y basta. Contra las aves de rapiña tiene el perro y el chajá. Este, aunque sin mal olor que lo rechace, es de carne floja y gomosa, lo que ciertamente lo librará de la glotonería humana; por lo cual se dice generalmente que el chajá es pura espuma. Tiene también para su seguridad el instinto de la vigilancia, que lo hace estar siempre alerta noche y día; y las aceradas púas de sus alas, con cuyo auxilio sale casi siempre victorioso de las aves y los cuadrúpedos.

He aquí pues, otros dos seres más que agregar al pobre cortejo del pretenso rey de la creación; dos seres destinados para su servicio. Al menos en las armonías de la naturaleza no aparece otra causa final de los instintos del picaflor y del chajá. Este como destinado a lo útil, forma una sola especie, sin belleza ni variedad en el plumaje; aquél como preparado para lo agradable, forma un género compuesto de muchísimas especies de picaflores, a cual más preciosa, brillando todas con los colores más