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o el huracán que la produce, sin que haya que temer nada de las olas, porque allí nunca se forman.

Tan desconocido ha estado el delta para los habitantes de la ciudad, que un escritor distinguido, entusiasta admirador de sus bellezas, aun después de visitar algunas de sus islas, creyó que todavía la familia no había establecido allí su hogar. Los viejos nogales, naranjos y parras que se encuentran acá y allá simétricamente colocados, árboles seculares plantados por la mano del hombre, revelan la antigüedad de su morada estable, que remonta a una época anterior a la conquista. Es tradición entre los habitantes de las islas, que los Jesuitas tuvieron allí grandes establecimientos agrícolas, y es probable que los primeros cultivadores serían sus neófitos los Guaraníes.

Consta de la historia de estas regiones, que las islas del delta en la época del descubrimiento de esta parte de la América, estaban ocupadas por la nación Guaraní.

Menos incultos que los nómades habitantes de las pampas, los Guaraníes vivían en poblaciones estables, cultivaban sus tierras, cosechaban grandes cantidades de maíz, batatas y otros frutos, y también el algodón, del que sus mujeres tejían las telas necesarias para sus vestidos; hacían inagotables acopios de miel, con la que, como con el maíz, preparaban la chicha; criaban como aves domésticas, patos, pavos, hocos, gallinetas, yacúes o pavas de monte, araes o guacamayos; y se aprovechaban de la abundantísima pesca y de una gran variedad de animales monteses de carne sabrosa que abundan en estos ríos. En su índole y costumbres participaban del carácter dulce y apacible de la naturaleza