inefables: no se ve sino objetos armoniosos; concordancias de sonido, simetrías de formas, armonías de colores, de movimientos, de vidas. Las nieblas nunca empañan el hermoso celeste de su cielo; y cuando lo cruzan hermosas nubes, es para embellecerlo con la variedad de sus formas y matices. Y todas estas escenas del cielo y de la tierra, vénse primorosamente representadas en el espejo de sus ríos siempre tranquilos. A su vez el follaje que se mira retratado, imita, al soplo de la brisa, el murmurio de las aguas; se oye el canto de las aves, y los ecos del soto repiten el sentido clamoreo del amartelado chajá que llama a su compañera.
Este cúmulo de tan dulces emociones imprime en el alma un sentimiento inexplicable de bienestar, que uno cree aspirar en el ambiente; que parece que da a nuestro ser un nuevo espíritu de vida, que trae a nuestra memoria todos los gratos recuerdos, y predispone el corazón para todo afecto tierno.
Siendo en las márgenes de los arroyos, donde la vegetación es más vigorosa, siempre corren éstos por entre frondosas arboledas cubiertas de enredaderas floridas, ofreciendo a la vista encantada, ya una hojosa bóveda, bajo la cual pasa silencioso el arroyuelo, ya una magnífica arcada, ya un sombrío cortinado en forma de gruta, que convida con su belleza y su frescura.
En los arroyos de menor caudal no falta para cruzarlo un puente rústico pintoresco, formado por algún corpulento seibo caído, pero siempre engalanado con sus penachos de hermosas flores de terciopelo carmesí y un lujoso tocado de bejucos. Parece que las aves prefieran para establecer su morada los árboles de las orillas. Entre los nidos más lindos llaman la atención el diminuto del