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Apéndice. — 287

Y encuentran, cobijados del pabellón frondoso,
Abrigo contra el soplo del viento destructor,
Y en calorosa siesta la sombra regalada
Que inspira dulces sueños cargados de ilusión.

¡Oh! necio del que inculpa por indolente al gaucho
Que techo artificioso se niega a levantar;
El cielo le ha construído palacio de verdura,
Al pie de la laguna, su transparente umbral.

¿No mira cuál se mecen las redes de la hamaca
Al viento perfumado que ha calentado el sol,
Y dentro de ella un niño, desnudo y sin malicia,
Fruto de los amores que el árbol protegió?

¿En derredor no mira los potros maniatados,
Las bolas silbadoras, el lazo y el puñal?
¿La hoguera que sazona riquísimos hijares,
Y el poncho y la guitarra y el rojo chiripá?

En todos los placeres del gaucho y los dolores,
El árbol del desierto derrama protección;
Con su murmurio encubre la voz a los amantes,
O el ¡ay! del que en la liza herido sucumbió.

Por eso muchas veces se miran levantados,
Al pie del vasto tronco de un olvidado ombú,
Pidiendo llanto y preces al raudo pasajero
Los siempre abiertos brazos de la bendita cruz.

FIN DEL APÉNDICE