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272 — El Tempe Argentino.

a una piara de carpinchos." Regreso en el acto al buque, subo a la cofa o cruz del palo mayor y le llamo a gritos. El carpincho oye mi voz, la reconoce, deja la compañía de su especie, y ufano y corriendo a grandes saltos por la masiega, llega, salta sobre la cubierta, y mirando a lo alto, esperó que yo descendiera.

"Continuaré refiriendo cuanto he observado en mi carpincho doméstico, durante cuatro años, hasta dejarlo en poder del Jefe de la escuadra inglesa en el Plata, M. Hotham, quien lo condujo a Inglaterra. Entonces el carpincho era corpulento, manso cual un perro faldero, sufrido como un cordero. Este animal semi-anfibio se reduce con suma facilidad a la domesticidad, a la que se presta de suyo, sin esfuerzo de parte del hombre; come de todo, carne cocida, legumbres; gusta mucho de la mandioca y batata; pero jamás ví a mi carpincho comer carne cruda ni pescado. No era glotón; por el contrario era parco; no despreciaba jamás el dulce, y tanto era así, que recibiendo en los postres su parte, pronto la concluía, y saboreándose volvía por otra. Testigo Mr. Hotham que, enamorado y admirado de su mansedumbre y de sus cualidades, lo llamaba, y luego que estaba a su lado, le ofrecía con su propia mano, colocando sobre la palma, el dulce que el carpincho comía con pulidez.

"Los empeños de la amistad consiguieron que cediese mi carpincho, para regalárselo a Mr. Hotham. Yo mismo lo conduje a bordo, donde hallé una casita de madera, pintada al óleo, dispuesta para hospedar al carpincho, dividida en tres separaciones; una con arena, la segunda con su alfombra de triple, la tercera de dos varas y