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270 — El Tempe Argentino.

"En el año 1843, siendo cura de Bella Vista, compré por un real plata un carpincho mamoncito que, a juzgar por su pequeñez, tendría quince o veinte días. Principié a alimentarlo con leche de vaca. A los cinco meses estaba muy crecido, me seguía por todas partes, me acompañaba en mis paseos al rededor del pueblo, y aun en las visitas que hacía a mis feligreses. Cuando en el tránsito encontraba verde y fresca gramilla, solía quedarse saboreando su alimento natural; mas al reparar que yo me había alejado algunas cuadras, levantaba la cabeza, hacía una o más gambetas, acompañándolas con un resoplido, cual si estuviese en el agua, y a grandes saltos llegaba y se rozaba dando vueltas sobre mis pies, de tal modo que me privaba seguir caminando. Estas gambetas, vueltas y revueltas, cesaban cuando yo, acariciándolo, le decía en alta voz: Basta. Si por mi orden, alguno de mis sirvientes le impedía salir conmigo, el carpincho obedecía y quedaba cabizbajo, espiando la ocasión oportuna para la fuga. Rara era la vez que dejaba de conseguirlo, y entonces se presentaba en las casas donde otras veces él me había acompañado.

"Todos mis feligreses, hasta los niños de la escuela, querían al carpincho; unos le daban pan, otros chipa (torta de maíz), quien dulce; y rara vez despreciaba el convite. Jamás siguió a otra persona más que a mí y a una sirvienta de color que cuidaba de su alimento.

"También me acompañaba al baño, llevando sobre el lomo la ropa, sujeta por una cincha. Llegábamos al puerto, mas el carpincho no se movía de la orilla, hasta tanto que le aliviaba de su carga y entraba yo en el río. Entonces se arrojaba