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Apéndice. — 267

Humboldt asegura "que en el Perú y en Quito para dar caza al cóndor, matan una vaca o un caballo, y que al poco rato el olor del animal muerto atrae de lejos estas aves". Mas para que estos buitres puedan, sin verlo y sólo por el olfato, venir casi instantáneamente a precipitarse sobre el animal que se les acaba de sacrificar, sería necesario suponer que desde el momento de caer muerto el caballo o la vaca, se desarrolla el grado de corrupción indispensable para que haya emanación de moléculas pútridas odoras y que éstas crucen el espacio con velocidad eléctrica; todo lo cual es un absurdo. Debemos creer más bien lo que es verosímil, lo que el hecho aducido por Leybold pone fuera de toda duda: que el cóndor está continuamente de centinela sobre alguna altura, o remontado sobre las regiones altas de la atmósfera hasta que divisa algún animal muerto u otra presa que le convenga. Lo que decimos del cóndor debe aplicarse a todos los buitres y aves de rapiña. Todas son guiadas por la vista y no por el olfato, al buscar su alimento. Esto es lo que había pensado Buffón; esto es lo que las observaciones de Levaillant y Audubón tienden a demostrar, y que Leybold ha constatado.

No tendrá, pues, que temer la madre de familia, de la voracidad y atrevimiento de nuestros buitres, respecto a los provisiones de la casa, porque para librarlas de su pico, basta la precaución de taparlas con un simple lienzo. Audubón hizo repetidas veces la experiencia con los catartos, tanto silvestres como domésticos, y nunca se dirigieron a la presa que no podían descubrir con la vista.