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232 — El Tempe Argentino.

grande, más verdadera que cuanto se puede imaginar sobre la tierra; y que nos persuade que los mismos males que sufrimos son para nuestro propio bien. ¿Qué son entonces los trabajos, las angustias, los dolores? ¿qué son todos los pesares de la vida, comparados con una bienaventuranza superior a todas las alegrías y goces imaginables, y de una duración que se prolongará de siglo en siglo eternamente?

Que nos cerquen los peligros; que nos abrumen los males; bendeciremos como Job a la Divina Providencia; y si ya nos rodean las sombras de la muerte... ahí está Dios que nos sostiene; que quiere recibirnos en su seno; que nos llama a la patria celestial, donde nos encontraremos, padres, hijos, hermanos, esposos, amigos, reunidos en una sociedad bienaventurada que subsistirá en la inmensidad de los siglos eternos.

¿Quién soportaría la idea de que un inocente pueda morir en el oprobio y en los suplicios, y que esta pobre alma no sea recibida por su creador?" ¡Vida futura! ¡oh última palabra de la ciencia humana! ¡oh dulce esperanza! ¡oh santa creencia! ¿podríamos sin tí comprender el mundo, y podríamos sin tí soportarlo?

Si el justo recibe acá, por recompensa de los hombres, la ingratitud, las persecuciones, la calumnia, la infamia, no importa, él beberá como Jesús el cáliz de la amargura, y esperará. El no mira el instante de la muerte como el de sus últimas relaciones con los hombres, ¡no! él lleva, con la fe de la inmortalidad, la gozosa certidumbre de que, desde la mansión de los cielos verá fructificar sobre la tierra la semiente de sus buenas obras, él lleva también la dulce esperanza de que