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230 — El Tempe Argentino.

su sabiduría y su poder; sólo él podrá hacernos comprender las maravillas de sus obras; sólo él podrá manifestarnos los misterios de la creación. ¡Oh Dios mío! ¡Oh mi Creador! mi alma, ansiosa de la verdad, ve en tí la fuente de toda sabiduría; mi alma, sedienta de felicidad y de vida, ve en tí la fuente de la beatitud y la inmortalidad. ¡Quién pudiera llegar a tí para saciar estas aspiraciones imprescindibles, a las cuales nada puede satisfacer sobre la tierra!

Más allá de esta ciencia llena de ignorancia; más allá de estos goces tan mezclados de amarguras; más allá de esta breve existencia está el término incomprensible de nuestras innatas aspiraciones, como hay un centro para cada planeta y cada mundo. Dios es el centro invisible que atrae nuestras almas por medio de las tendencias indelebles que en ellas imprimió como en los astros. Cualquiera que sea la naturaleza de mi alma, es un ser inmortal, y tengo la firme esperanza de que ha de gozar en otra vida mejor, toda la felicidad a que aspira.

Aquel que todo lo creó, y gobierna los mundos desde su excelsa gloria, ¿no dirigirá también a la familia humana al término de su anhelo por la paz y la ventura? ¿Hallará o no el género humano ese centro desconocido, esa estrella invisible que ha buscado al través de los siglos, para entrar como todos los astros del firmamento en la órbita del orden y de la armonía universal? ¡Qué sublime es la religión que santifica estas esperanzas, y las vigoriza con la fe, y nos inspira la caridad, para hacernos dignos de nuestro glorioso destino!

¡Qué satisfacción y qué alborozo para una