Página:El Tempe Argentino.djvu/223

Esta página ha sido corregida

Capítulo XXXI

A la caída de la tarde


Era una hermosa tarde de verano, en uno de los arroyos más frondosos de nuestro Tempe, donde todavía la naturaleza no había sido despojada de sus inimitables atavíos. El río rebosaba, precipitándose por los arroyuelos a refrescar el seno de las islas. Los árboles con sus frutos y las lianas con sus flores, vivamente retratados en el agua, añadían a la natural belleza del arroyo el nuevo atractivo que se encuentra siempre en la armonía de las formas gemelas.

¡Qué banquete tan espléndido el que la naturaleza ofrecía a todos los vivientes, en aquellas frutas delicadas, de las más apetecidas en todo el mundo, derramadas allí con profusión!

Bosques interminables de durazneros silvestres orillan los canales, encorvándose hasta el agua, cargados de melocotones maduros que no ceden en tamaño, en sabor, en fragancia ni en colorido, a las más peregrinas variedades obtenidas por el cultivo.