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El seibo y el ombú. — 217

en la pureza de sus emanaciones, y pueden competir en belleza con el resto de los árboles. El ombú sobre su extensa base que ofrece cómodos asientos, su robusto tronco terso y limpio, y su ramaje pintoresco, ostenta una magnífica copa esférica, sin par en frondosidad y colorido. El seibo, que nació como la mujer para mostrarse engalanado, es preciso, para verlo en su esplendor, que ostente sus grandes ramos de hermosas flores carmesíes sobre su atavío de pasionarias y enredaderas floridas. Así es como lo presenta a nuestros ojos la madre naturaleza en su patria el Tempe de los Argentinos.

El ombú prospera en los lugares más áridos y en toda clase de terrenos, con tal que no tengan una humedad excesiva. Sólo se multiplica por la semilla, y es preciso, mientras es pequeño, ponerlo a cubierto de las heladas. Transplantándolo joven, no requiere ya ningún cuidado, ni el del riego; y a los cuatro o cinco años, ya es un árbol muy frondoso. El seibo, por el contrario, quiere una tierra suelta y medianamente húmeda. Se multiplica por estaca, y desde el primer año se puede tener un árbol hecho y florido plantando un grueso poste. Pero, ¡cuidado! que como la rosa, tiene sus espinas, pequeñas pero enconosas, que se extienden desde el tronco hasta las mismas hojas.

No hay árbol como el ombú para formar umbrosas alamedas o avenidas arboladas. La naturaleza de nuestro clima, madrastra de los árboles exóticos, parece que les niega el sustento, exigiendo la solicitud y constante atención del hombre. El ombú, su hijo predilecto, prospera admirablemente sin necesidad de estos cuidados. Y ¿cuál