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El seibo y el ombú. — 215

puntas agudas; el cual ninguna semejanza tiene con el tábano.

Si el hombre no se halla satisfecho con los servicios que le prestan estos vegetales, analícelos, estudie sus propiedades, y quizá encontrará muchas de gran provecho para su salud y conveniencia.

Lo que está comprobado es que posee una singular virtud, de infalible efecto, no simplemente para curar una dolencia física, sino para cortar de raíz un vicio de los que más degradan al hombre, —la ebriosidad. Hubo en Buenos Aires, a principios de este siglo, una señora, conocida de muchas personas que actualmente viven, que con el mejor éxito hacía profesión de esta especialidad médica. Suministraba en cierta dosis (que ella nunca reveló) el jugo de la raíz del ombú, mezclado con el licor favorito del paciente; lo que daba por resultado una repugnancia tal a las bebidas alcohólicas, que el borracho dejaba de serlo para siempre. A personas fidedignas y respetables he oído citar varios casos de semejante curación, que generalmente se practicaba con los soldados y esclavos de aquel tiempo.

Debe también poseer nuestro ombú la virtud antisifilítica de su congénere la fitolaca de la América setentrional.

Si aquel secreto se recuperase; si esta importante virtud fuese comprobada por la medicina, ¿qué mayor recomendación para el árbol argentino? Entonces sí, que la presencia del árbol providencial tendría mucho más inmediata relación con el bienestar del hombre en este suelo. La civilización, en su nueva evolución en la región del Plata, hallaría en él un antídoto para las dos