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El seibo y el ombú. — 213

sequedad de la atmósfera y el suelo sin perder nada de su frondosidad, sin faltar con protección de su sombra, cuando más la necesitan los vivientes. ¿No hay en todo esto una admirable y sabia previsión que nos revela al Creador?

Mas, en medio de los furores del hambre y de la sed abrasadora de una larga seca, el tierno, sucoso y fresco ombú sucumbiría a la voracidad de los animales, si su autor no hubiera evitado esta otra causa de destrucción, dando a los jugos de este árbol un sabor que repugna a los cuadrúpedos, a las aves y a los insectos. Y a esto también se debe que el ombú pueda germinar y crecer en medio de los campos sin sufrir la menor lesión del diente de las bestias.

No goza el seibo igual privilegio, pero se salva por su fácil y excesiva multiplicación; también ha sido dotado de una vitalidad no inferior a la del ombú, porque tiene que resistir a un agente más poderoso de destrucción, cual es el fuego de las quemazones que frecuentemente devora los montes de las islas. Todos los árboles y plantas quedan reducidos a cenizas, menos este gran obrero de la naturaleza, que, retoñando con nuevo vigor, sigue cumpliendo su destino.

Parece que el Hacedor hubiera querido que dos seres que desempeñan un rol tan importante fuesen respetados por toda la creación. Y ésta es la ocasión de defenderlos contra el mayor reproche que se les hace, cual es la inutilidad de su madera. Si ésta fuese de algún valor, ¿qué hubiera sido de la única sombra y amparo de las pampas? ¿qué de la fertilidad de nuestro delta? En un país sin bosques, las necesidades del hogar y la explotación ciega de la codicia los habría exterminado.