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emociones serán siempre caras al corazón sensible, y los objetos que las recuerdan no pueden serle indiferentes.

Empero, si queremos ver reproducidas con viveza esas imágenes risueñas de la primera edad, preciso será que penetremos por las amenas soledades del fortunado Tempe Argentino, por entre esos montes interminables de duraznos que las lianas floridas entrelazan con el mirto y el laurel, y que los arroyos retratan en sus tranquilas aguas, entreteniendo su lozanía y su frescura. En esos selváticos asilos, en que no se encuentran todavía huellas humanas que despierten ideas melancólicas, es donde la imaginación nos traza con delicia las candorosas escenas de la infancia, los afectos puros de nuestra juventud con sus nobles y santas aspiraciones, olvidando en horas apacibles los continuos pesares de la vida.