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El burucuyá o la pasionaria. — 185

a los pueblos. Serán justos delante de Dios, si aman a los hombres, y poderosos entre los hombres, si aman a Dios. El amor, esa caridad prescripta por el Evangelio, es una felicidad para este mundo y para la eternidad. Amad, y vuestros deseos quedarán satisfechos; amad, y seréis felices; amad, y seréis libres e invencibles; amad, y todas las potencias de la tierra se arrastrarán a vuestros pies. El amor es una llama que arde en el Cielo, y cuyos dulces reflejos brillan hasta nosotros. Abrensele dos mundos, concédenseles dos vidas. Por medio del amor a Dios y a los hombres, gozamos de la virtud, de la paz y de la libertad en la tierra, y nos uniremos a Dios en el Cielo.

No hay verdad ninguna, moral o política, cuyo germen no se halle en algún versículo del Evangelio. Cada uno de los sistemas modernos de filosofía ha comentado uno, y lo ha olvidado después; la filantropía ha nacido de su primero y único precepto, —la caridad; la libertad ha seguido el camino trazado por él, y nunca servidumbre degradante ha podido subsistir ante su luz; la igualdad política ha provenido del reconocimiento que nos ha hecho hacer de nuestra igualdad, de nuestra fraternidad ante nuestro padre Dios; las leyes se han morigerado, los usos inhumanos se han abolido, las cadenas se han roto, la mujer ha reconquistado el respeto en el corazón del hombre. A medida que su palabra ha resonado en los siglos, ha hecho desplomarse en ruinas un error o una tiranía; y puede decirse que el mundo actual en su conjunto, en sus leyes y costumbres, sus instituciones, sus esperanzas, no es más que el verbo del Evangelio, más o menos encarnado en la civilización moderna. Pero