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Capítulo XXIV

Las lianas, el pitito y la nueza


Lo que constituye la belleza mayor de aquellos bosques son las lianas o enredaderas que todo lo invaden, sin dejar árbol que no engalanen con su perpétuo verdor y con sus flores.

Extiéndense con increíble rapidez, adquiriendo muchas de ellas proporciones gigantescas con sus troncos como parras o largos cables. Algunas veces pasando de copa en copa, cubren una considerable extensión de bosque, concluyendo por confundirlo en una sola masa de follaje.

Ellas son las que en la planicie del delta reemplazan las colinas, los barrancos, las cavernas, simulándolas sobre la armazón de los árboles más robustos.

Enramadas sombrías, graciosos kioscos, columnatas festonadas, colgaduras y guirnaldas de mil flores sobre la margen de los arroyos, a cada paso incitan al viajero a detener su marcha para contemplar de cerca y disfrutar su amenidad y su frescura.

Cuando, en forma de festones, los entretejidos bejucos penden entre dos árboles, parecen hamacas floreadas, donde se ven los nidos de las aves suavemente mecidos por las brisas.