privilegio de poder vivir mucho tiempo sin comer; y para evitar que ataquen a las larvas ni embaracen su desarrollo, idearía encerrar las arañas dentro de una casilla y colocar las larvas alrededor de este depósito. Mas para discurrir así, sería preciso que conociese la propiedad que tienen los gases de pasar al través de los cuerpos porosos y que esa porosidad existe en un tabique de tierra. También le sería necesario conocer la ferocidad de las arañas que llegan a devorar a las más débiles de su especie, porque si en el encierro en que las deja tuviese lugar esa carnicería, quedaría todo perdido.
Para evitar tal desastre habría de ocurrir al arbitrio de narcotizarlas, sabiendo que lo lograría por medio del veneno del aguijón y conociendo también la dosis homeopática que se debe suministrar para no producir la muerte de las arañas.
¿Y no habría el temor de que el veneno introducido en el organismo de la araña, siendo a la vez absorbido por la larva, causase la muerte de ésta? Debería, pues, la avispa estar enterada de que los venenos animales únicamente obran introducidos en una herida o llaga, y pierden toda su fuerza recibidos por absorción e ingestión; por manera que la carne de un animal muerto de una mordedura ponzoñosa se puede comer impunemente, aunque impregnada de un virus deletéreo.
Aun llegada a este punto la solución del problema, todavía pudiera malograrse todo el trabajo con la asfixia de las larvas y sus forzadas nodrizas, si ignorase que unas y otras pueden vivir sin respirar el aire libre. Y, finalmente, sería necesario saber de antemano la duración del período del crecimiento de las larvas hasta su metamorfosis para poder