Página:El Tempe Argentino.djvu/157

Esta página ha sido corregida
El sepulturero, el cáustico, etc. — 155

Lacordaire, su tamaño varía según la especie; los hay hasta de pulgada y media de longitud. Su caparazón es fuerte, de color negro, forma oblonga; es de lento andar, toma el vuelo con dificultad; es fitófago y enteramente inofensivo. Su luz es perenne y no intermitente o relampagueante como la de la luciérnaga; ni alumbra como ésta por el vientre, sino por los discos que tiene en la espalda, y también por la juntura del pecho y el abdomen, cuando despliega las alas. Un solo cocuyo ilumina la obscuridad de la noche hasta una distancia considerable, y es suficiente para leer en las tinieblas. Los Indios se lo atan a los dedos de los pies para andar de noche por los senderos del bosque y también se alumbran en sus chozas colgando del techo una jaulilla llena de cocuyos.

La química no ha podido todavía descubrir la naturaleza de la sustancia luminosa de los insectos fosforescentes. Sólo se sabe que la luz es producida por la combustión lenta de una secreción particular, que en la luciérnaga ocupa los últimos anillos del vientre, y en el cocuyo se halla dentro de tres vejiguillas; dos situadas en los ángulos posteriores del corselete y otra debajo del pecho, sin niguna comunicación entre sí. Cuando el insecto duerme o se ve molestado, apaga o cubre sus luces con una membrana opaca, o por otro medio desconocido. Si por acaso llega a caer de espaldas, da un salto vertical para caer sobre las patas; pero no se sirve de ellas para saltar, sino que, apoyando en el suelo las dos extremidades de su cuerpo, lo arquea y cimbra para arriba. Parece que el nombre de tucu que se le da en este país es por imitación del traquido de su cuerpo cuando salta. Vive al parecer tranquilo y