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Un paseo por las islas. — 13

desliza rápida y serena sobre la tersa superficie que semeja a un inmenso espejo guarnecido con la cenefa de las hojosas y floreadas orillas, reproducidas en simétricos dibujos. El sol brilla en su oriente sin celajes; las aves, al grato frescor del rocío y del follaje, prolongan sus cantares matinales, y se respira un ambiente perfumado. Las islas por una y otra banda, se suceden tan unidas, que parecen las márgenes del río; pero este gran caudal de agua que hiende mi canoa no es más que un simple canalizo del grande Paraná, cuyas altas riberas se pierden allá, bajo el horizonte.

A medida que adelanta la canoa, nuevas escenas aparecen ante la vista hechizada, en las caprichosas ondulaciones de las costas, y en los variados vegetales que la orlan. A cada momento el navegante se siente deliciosamente sorprendido por el encuentro de nuevos riachuelos, siempre bordados de hermoso verdor; sendas misteriosas que transportan la imaginación a eliseos encantados.

Al paso que se desarrollan las vueltas salientes de las costas, vanse descubriendo nuevas abras y canales arbolados, y continuados bosques; no como aquellas selvas vetustísimas, donde los resquebrajados troncos seculares levantan sus copas infructíferas, jamás penetradas por el sol, sofocando bajo de sí toda vegetación, y ofreciendo el reino de la noche y del silencio. No: sobre este suelo de reciente formación, surcado por una red de corrientes cristalinas que fluyen sobre los lechos de flores; se elevan bellos árboles y arbustos que protejen los raudales, coronando sus orillas de ópimos presentes de Flora y de Pomon; bellos árboles variados, de mil formas y matices, que la vista contempla embebecida. Ya, separados por familias, o bien, entremezclados