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144 — El Tempe Argentino.

y transparentes alas están plegadas como abanico debajo de dos anchos élitros o cubiertas flexibles. Los otros dos miembros, que los naturalistas cuentan en el número de las patas, son verdaderos brazos, con su correspondiente antebrazo, en igual disposición que los nuestros, aunque en lugar de manos, tiene unas manoplas, armadas de corvas y fuertes uñas, de las cuales se sirve lo mismo que el hombre cuando tiene baldados los dedos. Aunque se ayuda de los brazos y manoplas para la locomoción como los cuadrumanos, los usa principalmente para su defensa y para agarrar insectos y comérselos a bocados, no chupándolos, como dicen los entomólogos del mante europeo.

Para asir con la mano impunemente al mamboretá, es menester asegurarlo por los brazos tomándoselos entre los dedos; pues aunque nunca trata de morder, sabe clavar sus uñas de un modo mortificante para las manos delicadas.

Cuando está parado, conserva vertical su cuerpo, con los brazos en ademán deprecativo, lo mismo que el sacerdote cuando hace sus preces en el altar. Se le ve casi siempre en esa postura, inmóvil, horas enteras, en acecho de su presa.

El mamboretá es exclusivamente insectívoro, con la particularidad de que desde que nace vive de la caza, sin hacer el más leve daño a las plantas ni a las frutas. Aunque lento para andar, es ágil para la caza, y diestro para la pelea. Es tan arrogante y confiado, que si se le toca o molesta, en lugar de huir, se mantiene firme y se defiende con los brazos, haciendo quites y dando manotadas, como si fuese una persona, sin perder ni avanzar terreno. También suele pavonearse el mamboretá, desplegando