comérsela en el acto. En su pubertad se unen, es verdad, cediendo al instinto de la propagación; pero el macho tiene que alejarse con rapidez, por que si no es bastante pronto en la huida, como suele suceder, al momento es devorado por la hembra. Cuando a esta le llega el tiempo de aovar, abandona su carga sobre una rama, donde perecería su descendencia, si la naturaleza no hubiera previsto a su conservación por medio de una pasta en que salen encerrados los huevos.
Es ciertamente misterioso, que los mismos insectos en el Nuevo Mundo sean de índole y costumbres diametralmente opuestas a los del otro continente. Al menos yo puedo asegurar que en tantos años de observaciones, nunca he visto ni he oído decir que el mamboretá, tan común en este país, ejecute ninguno de esos actos feroces que se refieren del ultramarino.
Nuestro mamboretá, tan gracioso y familiar como inofensivo, es generalmente de un verde mate descolorido, los hay atabacados, y algunas especies tienen las alas pintadas con los hermosos colores del iris, dispuestos en anillos concéntricos como en el meteoro. Su configuración es la misma de los mantes del viejo mundo, y su tamaño llega a tres pulgadas. Tiene el corselete muy fuerte, largo y delgado, el vientre grueso, almendrado, blando, y cuatro piernas larguísimas, sobre las cuales, cuando está quedo, se le ve con el cuerpo erguido; posición que en ningún otro insecto se observa. Su pequeña cabeza es libre y voluble, de manera que con facilidad dirige la cara a todos lados, y aun puede mirar hacia atrás sin volver el cuerpo. Sus ojos lisos o únicos, son espaciosos y abultados; sus dos grandes