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Capítulo II

Un paseo por las islas

Sencilla es mi canoa como mis afectos; humilde como mi espíritu. Ella boga exenta y tranquila por las ondas bonancibles sin osar lanzarse a las olas turbulentas del gran río. Bien ve las naves fuertes naufragar, bien ve los verdes camalotes fluctuantes, que separados de la dulce linfa natal, al empuje de las corrientes, vagan acá y allá, ora batidos y desmenuzados contra las riberas, ora arrebatados por el océano de las aguas amargas hasta las playas extranjeras.

¡Paraná delicioso! tú no me ofreces sino imágenes risueñas, impresiones placenteras, sublimes inspiraciones; tú me llamas a la dulce vida, la vida de la virtud y la inocencia. ¡Cuántos goces puros! ¡cuán deleitosas fruiciones plugo a tu Hacedor prepararnos en tu seno! En medio de tus aguas bienhechoras, de tus islas bellísimas, revestidas de flores y de frutos; entre el aroma de tus aires purísimos; en la paz y la quietud de la humilde cabaña hospitalaria de tus bosques... allí, allí es donde se encuentra aquel edén perdido, aquellos dorados días que el alma anhela!

La leve canoa, al impulso de la espadilla, se