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128 — El Tempe Argentino.

Para construir su colmena colgada en una rama, como le era utilísimo para mayor seguridad de sus riquezas y otras muchas conveniencias, necesitaba emplear un material que reuniese las calidades de fuerte y liviano; y estas propiedades reúne en alto grado la pasta del camuatí. Y es por su naturaleza susceptible de muchas modificaciones: para el forro de la fábrica las obreras la hacen compacta y tenaz; para la cuna de los hijos, muelle y flexible; es impenetrable a las lluvias; es mal conductor del calórico para que se conserve la buena temperatura interior impidiendo el efecto, tanto del frío como del calor exterior; y finalmente es inodora e insípida, para que no incomode a los habitantes ni altere el sabor y aroma de la miel.

La misma contextura fieltrosa de esta admirable preparación, tiene una relación muy inmediata con la conservación del edificio, del tesoro que encierra y de la salud de las avispas. Al través de aquellas porosas paredes se escapan los vapores y emanaciones perniciosas que en las colmenas ocasionan el enmohecimiento de los panales, las enfermedades y mortandad de las abejas.

¡Qué singulares analogías se encuentran entre la colmena europea y las ciudades de Europa, y entre la población del camuatí, colmena americana, y las poblaciones de América! ¡Aquéllas, todas dolorosas; éstas, todas venturosas! ¿Qué son sino unas colmenas infectas esos desordenados montones de casas sobre casas, aislados de la naturaleza, donde una inmensa población bulle, ansiosa de vida en un foco de muerte? Nuestras simétricas ciudades con sus anchas y rectas calles, sus espaciados edificios, sus jardines y arboledas, gozan de las condiciones higiénicas del camuatí. Imitemos también la prolija