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El camuatí. — 123

malignas y feroces, son de la índole más noble, pacífica y sociable. Yo he traído más de un camuatí de los montes silvestres del Paraná, lo he colocado cerca de mi habitación, y al punto han continuado las avispas sus trabajos, reparando algunas lesiones que había sufrido exteriormente en el transporte; y mil veces me he puesto a mirarlas trabajar a dos pasos de distancia, sin que jamás hayan intentado ofenderme. Por el contrario, parece que sensibles a mi afecto, ha venido uno de sus enjambres a situarse en un peral inmediato a mis ventanas, a seis pasos de distancia, construyendo al alcance de la mano una magnífica colmena, donde han podido observar de cerca sus trabajos todas las personas que han visitado mi quinta de San Fernando.

Se muestran tan familiares y confiados, que beben en nuestros mismos vasos, y se paran sobre las flores y las frutas que los niños tienen en sus manos. Muchas veces cuando he visto al camuatí afanado en arrancar las fibras de un tronco seco para preparar su pasta, lo he tocado impunemente con el dedo, sin que por eso abandonase su tarea; un tenue estremecimiento del insecto manifestaba, no sé si su temor o su contento, pero su ira no seguramente. ¡Y éstos son los animales odiados y tenidos por perversos!

Los camuatíes sólo hacen uso de sus armas en defensa de su vida, de su propiedad y de su pueblo. ¡Desdichado del que quiere ofenderlos, del que llegue a conmover su edificio, o a perturbar su sosiego! Entonces cada uno de estos pequeños insectos se convierte en un guerrero temible. Sin aprecio de sus vidas, sin mirar si el enemigo es poderoso, se arrojan sobre el en veloces torbellinos, lo acosan, lo