se manifiesta la superioridad industrial de aquél sobre ésta.
Las abejas no pueden emprender su trabajo si no encuentran una oquedad en los leños o en las rocas, o una colmena preparada por el hombre; pero el camuatí [1] no necesita de abrigo alguno, ni de auxilio ajeno; más ingenioso y audaz, confiado en su habilidad e industria, una ligera rama le basta como punto de arranque para desplegar la idea sublime de aquel palacio pensil que encierra tantas maravillas.
Los habitantes de la colmena, reducidos a un limitado recinto, como los hijos de la Europa, tienen que abandonar su patria y errar buscando un nuevo asilo por el mundo. No así los habitantes del camuatí, que continúan por muchos años ampliando los términos de su ciudad aérea; y cuando juzgan conveniente dividirse en nuevos Estados consultando sus recíprocos intereses, se separan en paz, como Abraham y Lot, y van a fundar otras colonias felices en los dilatados bosques que los rodean.
Las abejas tienen que emplear el néctar de las flores para hacer sus construcciones, porque de la miel se forma la cera en sus estómagos, secretándose por los anillos inferiores del abdomen, sin intervención de su industria. Más ecónomos e industriosos, los camuatíes no sacrifican, como aquéllas, una parte de su tesoro melífluo para construir su morada y sus panales; preparan ellos mismos una pasta idéntica a la del papel, hecha de la albura de los árboles secos, cuyas fibras arrancan, trituran y
- ↑ Llámase indistintamente "camuatí" la avispa y el edificio que ella construye.