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10 — El Tempe Argentino.

placenteros recuerdos de la niñez, y creí haber hallado el edén de mis ensueños de oro; y hoy, en la tarde de la vida, cuando la ignoble rivalidad ha oscurecido la aureola de mis esperanzas, lo he vuelto a visitar con indecible placer; he vuelto a gozar de sus encantos: he aspirado con dulce expansión interior las puras y embalsamadas emanaciones de aquellas aguas saludables y de aquellos bosques siempre floridos. Este recinto tan ameno, ceñido por los tres caudalosos ríos, son las islas que forman su espacioso delta. ¡Quién pudiera describirlas!

Una mansión campestre, en un clima apacible, embellecida con bosques umbrosos y arroyos cristalinos, animada por el canto y los amores de las aves, habitada por corazones buenos y sencillos, ha sido y será siempre el halagüeño objeto de la aspiración de todas las almas, en la edad en que la imaginación se forja los más bellos cuadros de una vida de gloria y de ventura. Y después de la lucha de las pasiones, de los combates de la adversidad y los desengaños de la vida, en los términos de su carrera, es todavía la paz y el solaz de una mansión campestre, la última aspiración del corazón humano. Por eso la tabloza y la lira de los genios de la Grecia consagraron los más bellos colores y armonías para pintar la amenidad de su valle del Tempe; y por eso también serán algún día celebradas por los ingenios argentinos y orientales, las bellezas y excelencias de las islas deliciosas que a porfía acarician las aguas del Paraná, el Plata y el Uruguay, y que, situadas casi a las puertas de la populosa Buenos Aires, se encuentran solitarias y sin dueño.

Mil sitios habrá en el globo más pintorescos, por las variadas escenas y románticos paisajes con que la naturaleza sabe hermosear un terreno ondulado