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y diferente de todos los animales cuadrúpedos la conformación de los órganos de la generación, que son duplicados, tanto en la hembra como en el macho.

Vemos que las madres de todas las especies, cuyos hijos no pueden andar en su primera edad, los abandonan y dejan solos todo el tiempo que ellas diariamente ocupan en buscar el alimento; más la amorosa sariga no solamente los lleva en la falda, mientras son ternezuelos, sino que, aun mucho después de su destete, anda por todas partes con su pesada carga. Ellos constantemente en el regazo o inmediatos a la madre, el paso que participan de las presas que ésta hace, aprenden de ella a buscar la vida, a conocer a sus enemigos y evitar los peligros.

Es un curioso y tierno espectáculo el que nos ofrece la sariga en los solícitos cuidados que prodiga a su familia. Vésela siempre alerta, en tanto que las sarigüelas se entregan confiadamente al retozo propio de su tierna edad, aunque muy obedientes y listas para correr a meterse en la bolsa al primer aviso de la madre. Al verla triscar con sus hijitos, acariciarlos con mil monadas, llamarlos cuando se alejan y vigilarlos con afán, no parece sino que obrara a impulsos del más entrañable amor maternal. Esta buena madre lleva su ternura hasta la abnegación, exponiendo su vida, y aun dejándose sacrificar cuando vé a sus hijos en peligro, esperando impávida que todos se refugien en su seno, antes de emprender la fuga.

Jamás el genio de la poesía, que ha querido algunas veces relevar la inteligencia de los animales, realzar su sensibilidad y ennoblecer sus afecciones aproximándolas a las del hombre, jamás habrá