de cerca ni de lejos. Las jaquecas frecuentes que padecía le causaban perturbaciones extrañas en la visión: dejaba de ver los objetos con la intensidad ordinaria; los veía y no los veía, y tenía que cerrar los ojos para no padecer el tormento inexplicable de esta parálisis pasajera, cuyos fenómenos subjetivos no podía siquiera puntualizar a los médicos. Otras veces veía manchas ante los objetos, manchas móviles; en ocasiones puntos de color, azules, rojos... muy a menudo, al despertar especialmente, lo veía todo tembloroso y como desmenuzado... Padecía bastante, pero no hizo caso: no era aquello lo que le preocupaba a él.
Pero a la familia, sí. Y hubo consulta, y los pronósticos no fueron muy tranquilizadores. Como fué agravándose el mal, el mismo D. Jorge tomó en serio la enfermedad, y, en secreto, como habían consultado por él, consultó a su vez, y la ciencia le metió miedo para que se cuidara y evitase el trabajo nocturno y otros excesos. Arial obedeció a medias y se asustó a medias también.
Con aquella nueva vida a que le obligaron sus precauciones higiénicas, coincidió en él un paulatino cambio del espíritu que sentía venir con hondo y obscuro deleite. Notó que perdía afición al análisis del laboratorio, a las preciosidades de la miniatura en el arte, a las delicias del pormenor en la crítica, a la claridad plástica en la literatura y en la filosofía: el arte del dibujo y del color le llamaba menos la atención que antes; no gozaba ya tanto en presencia de los cuadros céle-