bién de costumbres cristianas) tuvo que prometer seriedad, y muy pronto se vió obligado a prometer próxima y segura coyunda, lo hizo aturdido, con la vaga conciencia de que no faltaría quien le ayudara a faltar a su palabra. Fueron sus padres, que querían algo mejor (más dinero) para su hijo.
El pollo se fué a viajar, al principio de mala gana; volvió y al emprender el segundo viaje ya iba contento. Y así siguieron aquellas relaciones, con grandes intermitencias de viajes, cada vez más largos. Rosario estaba enamorada, padecía... pero tenía que perdonar. Su madre, la viuda, disimulaba también, porque si el caprichoso galán dejaba a su hija el desengaño podía hacerla mucho mal; la enfermedad, acaso oculta, podía reaparecer, tal vez incurable. A los diez y ocho años Rosario era la rubia más espiritual, más hermosa de su pueblo; sus ojos negros, grandes y apasionados dolorosamente, los más bellos, los más poéticos ojos...; pero ya no era el sol que salía. Estaba acaso más interesante que nunca, pero al vulgo ya no se lo parecía. "Se seca"—decían brutalmente los muchachos que la habían admirado, y pasaban ahora de tarde en tarde por la solitaria plazoleta en que Rosario vivía.
VII
Entonces fué cuando Juan de Dios tropezó con su mirada en la plaza de San Pedro. La historia