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permiso para hablar con su adorador; y por ser ella obediente, él, despechado, huyó del pueblo, aborreciendo a los que le impedían arrodillarse delante de su ídolo, y jurando profanarlo todo, puesto que no se le permitía a su corazón el culto de sus amores. Pasó a Bohemia[1], donde la casualidad le hizo tropezar con otros aldeanos, como él, furiosos contra la Iglesia, los cuales, por causas mezcladas de religión y política, se sublevaban contra las autoridades y eran perseguidos y se vengaban cómo y cuándo podían. Pasaron años. A María le faltó su madre, y su padre enfermo, desvalido, vivía de lo que su hija ganaba vendiendo leche y legumbres, lavando ropa, hilando de noche. Y una tarde, cuando el hambre y la pena le arrancaban lágrimas, en el huerto contiguo a su choza, junto al pozo, donde en otro tiempo mejor tenían sus citas, se le apareció su Guillermo, que así se llamaba el amante. Venía fugitivo; le perseguían; para una guerra sin cuartel le esperaban allá lejos, muy lejos; pero había hecho un voto, un voto a la imagen que él adoraba, que era ella, su María; herido en campaña, próximo a morir, había jurado presentarse a su novia, desafiando todos los peligros, si la vida no se le escapaba en aquel trance. Y había de venir con una rica ofrenda. Y allí estaba por un mo-


  1. En esta alusión a los Husitas hay un anacronismo voluntario, como en lo que atrás queda, referente a Santa Francisca Romana. Además, en mi Papa ideal hay rasgos de Martín V y otros de Eugenio VI, ambos anteriores a León X.