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igual que ese prohibido. Toma. ¿Ves qué hermosa manzana? Balsaín legítimo.

Evelina clavó los blancos y apretados dientes en la manzana que le ofrecía su esposo.

Mientras Judas volvía la espalda y buscaba otro ejemplar de la hermosa fruta, una voz, como un silbido, gritó al oído de Evelina.

—¡Eso no es Balsaín!

Tomó ella el aviso por voz interior, por revelación del paladar, y gritó irritada:

—Mira, Judas, a mí no me la das tú. ¡Esto no es Balsaín!

Un sudor frío, como el de las novelas, inundó el cuerpo de Adambis.

—Buenos estamos—pensó—. ¡Si Evelina empieza a desconfiar... no va a haber Balsaín en todo el Paraíso!

Así fué... A cien árboles se arrancó fruta, y la voz siempre gritaba al oído de la esposa:

—¡Eso no es Balsaín!

—No te canses, Judas—dijo ella ya fatigada. No hay más manzanas de Balsaín en todo el Paraíso que las del árbol prohibido.

Hubo una pausa.

—Pues hija...—se atrevió a decir Adambis—ya ves..., no hay más remedio... Si te empeñas en que no hay más que ésas... te quedarás sin ellas.

—¡Bien, hombre, bien; me quedaré! Pero no es esa manera de decírselo a una.

La voz de antes gritó al oído de Evelina:

—¡No te quedarás!