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políticos, sosteniendo lo que ya se llamaba universalmente la Heliofobia.

La ciencia discutió en Academias, Congresos y sección de variedades en los periódicos: 1.º, si la vida sería posible separando la Tierra del Sol y dejándola correr libre por el vacío hasta engancharse con otro sistema; 2.º, si habría medio, dado lo mucho que las ciencias físicas habían adelantado, de romper el yugo de Febo y dejarse caer en lo infinito.

Los sabios dijeron que sí y que no, y que qué sabían ellos respecto de ambas cuestiones.

Algunos especialistas prometieron romper la fuerza centrípeta como quien corta un pelo; pero pedían una subvención, y la mayor parte de los Gobiernos seguían con el agua al cuello y no estaban para subvencionar estas cosas. En España, donde también había Gobierno y especialistas, se redujo a prisión a varios arbitristas que ofrecieron romper toda relación solar en un dos por tres.

Las oposiciones, que eran tantas como cabezas de familia había en la nación, pusieron el grito en el cielo: dijeron los Perezistas y los Alvarezistas y los Gomezistas, etc., etc., que era preciso derribar aquel Gobierno opresor de la ciencia, etc.

Los obispos, contra los cuales hasta la fecha no habían prevalecido las puertas del infierno, ensalzaban a todos los sabios e ignorantes que se declaraban heliófilos.

"Bueno estaba que se acabase el mundo; que

El Señor
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