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EL ROBINSON SUIZO.

visto la descripcion de semejante animal; pero sea lo que quiera, la piel es magnífica, y puede aprovecharla mamá para abrigarse los piés.

Liámos la bestia por las cuatro patas, y colgada de un palo, entre los dos la llevámos hasta donde estaba el trineo, abriéndola ántes y llenándola de sal para que se conservase intacta hasta nuestra llegada. Este aumento de carga, sobre la que ya habia, no agradó mucho al tiro; pero aliviándolo algun tanto nosotros, alzando por detras el trineo en los malos pasos, llegámos en breve á Falkenhorst.

Durante nuestra ausencia mi esposa se habia ocupado en lavar la ropa de los niños, y para reemplazarla durante esa operacion, aprovechó los vestidos de marinero de que estaba llena la caja que pocos dias ántes se trajo de la playa, y aunque no estaban en relacion con la edad y estatura de sus hijos, sin embargo prefirió verles interinamente cubiertos con ellos, aunque de un modo ridículo, que dejarles, durante su enjabonado, enteramente desnudos.

Llegámos á Falkenhorst un poco tarde, y de léjos percibímos las exclamaciones de alegría por nuestra vuelta, á las que contestámos desternillándonos de risa al presenciar el burlesco espectáculo que teníamos delante. Uno de los niños se habia arropado con una blusa de marinero que la envolvia dos ó tres vece, y apénas le dejaba andar cubriéndole los talones; otro se habia puesto unos pantalones que le llegaban hasta la barba, y Franz una chupa que le bajaba hasta los piés. Ufanos todos con su disfraz, se paseaban gravemente como actores de teatro.

—¿Pero qué farsa nos vais á representar? exclamé riéndome cada vez más.

Mi esposa explicóme la causa, y pasado este incidente, comenzámos á sacar del trineo y á poner de manifiesto las riquezas que traíamos de la excursion. La manteca, los comestibles y sobretodo el pescado, entusiasmaron á mi esposa, y el canguró fue objeto de admiracion general; y si bien en los parabienes que Federico dirigió á Ernesto por su destreza y acierto, noté cierta envidia, que si los demás no advirtieron, no pasó desapercibida á la perspicacia de un padre; sin embargo felicitó á Ernesto con buen modo, tomando luego parte en la conversacion y alegría general; únicamente cuando quedámos solos, no pudo ménos de decirme:

—Espero, papá, que en el próximo viaje, en vez de dejarme aquí, donde no hay más que codornices y hortelanos, me dé V. permiso para acompañarle con el objeto de ver si encuentro mejor caza.

—Con el mayor gusto, hijo mio, le respondí, y aun cuando no fuese más que como recompensa de la victoria que has alcanzado sobre tí mismo, dominando un mal sentimiento respecto á tu hermano. Todo lo veo, Federico, y lo mismo tengo en cuenta tus esfuerzos que tus debilidades. Unicamente te haré observar, que al dejarte aquí como guardian y protector de tu madre y tus hermanos, te doy una prueba de confianza que te honra, y por la cual, ántes que pesaroso, de-