Página:El Robinson suizo (1864).pdf/98

Esta página ha sido corregida
85
CAPÍTULO XIII.

gua de tierra que sobresalia en el arroyo, y le ví tendido boca abajo forcejeando por sacar un gran pez que cayera en el anzuelo y cuyas violentas sacudidas amenazaban arrastrar al aparejo y al pescador que lo tenia.

Eché mano al sedal, y tirando y aflojando para cansarle más pronto, pude al fin, haciendo un supremo esfuerzo, atraer el pescado hácia la orilla y hacerme dueño de él. Era un salmon lo ménos de quince libras. En el acto lo matámos de un hachazo en la cabeza.

—Esto sí que gustará á tu madre, dije al niño, y de seguro te celebrarán la ocurrencia que has tenido en prevenirte de tus arreos de pescar.

Alentado Ernesto por el elogio, me contó que esta idea se le habia ocurrido la otra vez que pasó por este sitio, al ver que abundaba en pescado, y como prueba, me enseñó en seguida cosa de una docena de pescadillos que cogiera ántes que el salmon mordiese el anzuelo.

Para que la pesca pudiese llegar fresca á Falkenhorst la abrí toda, y la salé bien para que el calor no la dañase.

Uncímos luego las bestias al trineo ya preparado, poniendo encima el pescado que iba metido en una banasta, y dímos la vuelta á Falkenhorst.

A medio camino, Bill, que nos precedia, se lanzó de repente hácia la yerba que bordeaba el arroyo, y sus aullidos hicieron saltar de la espesura y á poca distancia de nosotros un animal raro y bastante grande que echó á huir dando brincos. Por pronto que quise echarme la carabina á la cara, la marcha irregular de la bestia desconcertó mi puntería: hice fuego, mas no le dí. Ernesto, que habia tenido más tiempo de prepararse, tuvo más suerte que yo, dejándole muerto en el momento de esconderse de nuevo en la espesura. Fuímos corriendo á verle, y quedámos asombrados al encontrarnos con una bestia tan extraña, que no acerté á conocer su especie. Sería del tamaño de una oveja: la piel y la cabeza de rata, las orejas de liebre, aunque mayores; una bolsa bajo el vientre como la vulpeja; la cola gruesa y redonda, como la del tigre; las patas delanteras armadas con fuertes uñas, muy cortas, y las de atras largas y dobladas como zancos. Por de pronto no pudímos adivinar lo que era; pues Ernesto, orgulloso con su caza, en lo que ménos pensaba era en la ciencia, gozándose de antemano en las alabanzas y sorpresa que con ella causaria á su madre y hermanos. Pero reconociendo con más detencion al animal, y examinando la forma de sus dientes y patas, persuadíme que pertenecia á la especie de los roedores.

—Debe ser, dije á Ernesto, lo que llaman canguró, originario de la Nueva Holanda, y no es de extrañar que no haya podido clasificarlo á primera vista, porque aun es poco conocido, si bien la especie de este debe ser mayor que la citada por el capitan Cook, que fue el primero que le encontró en esa parte de la Oceanía.

—¡Vaya por el canguró! exclamó Ernesto, pues yo en mis libros jamás he