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EL ROBINSON SUIZO.

tir. A Ernesto le tomé tambien esta vez por compañero de viaje dejando á Federico como mayor y de más resolucion para estar al cuidado y proteger al resto de la familia. En el momento de partir mi hijo mayor nos dió á cada uno un cinto de piel de gato, del que pendian, á más del cuchillo de monte, un cubierto completo y una anilla para colgar un hacha pequeña, lo cual me pareció ingenioso, y así recibímos el presente con demostraciones de agradecimiento, de las que quedó tan pagado Federico, que dió por bien empleado su trabajo. Uncímos al trineo la vaca y el asno, y echámos á andar seguidos de Bill, dejando á Turco por guardian de la casa.

En vez de seguir el camino pintoresco de otras veces, nos fuímos por la playa donde el trineo se deslizaba mucho mejor por la arena que salvando matorrales, y así llegámos luego al puente y á Zeltheim. Desuncidas las bestias procedímos al cargamento del trineo. Se colocó primero el barril de manteca, asaz aligerado por las grandes excavaciones que en él se practicaran, luego la provision de queso y galleta y el resto de las herramientas, municiones y otros objetos que creímos de más perentoria necesidad.

Miéntras ambos estábamos atareados en el acarreo, el asno y la vaca se desviaron algun tanto, y guiados por su instinto se separaron del sitio árido en que nos hallábamos, atravesando el puente para buscar yerba fresca que crecia en abundancia al otro lado del arroyo. Mandé á Ernesto y Bill que fuésen á recogerlas, y en tanto volvian me entretuve buscando á orillas de la bahía un lugar á propósito para bañarme; no tardé en encontrarlo entre unas rocas salientes que formaban como una especie de gabinetes dispuestos exprofeso para ese objeto. Allí esperé que mi hijo trajese los fugitivos, y cuando le oí venir, advertíle que arrendase las bestias á la tienda para que no se largaran otra vez; pero en lugar de atenderme se vino donde yo estaba muy contento.

—¡Pero hijo, qué haces! exclamé, ¿no ves que si no atas los animales se volverán al prado y habrá que ir á buscarlos otra vez?

—Ya se guardarán bien de irse, respondióme; he levantado las primeras tablas del puente, y no pudiendo pasar, no hay miedo que se descarrien.

Alabé su prevencion que no se me habia ocurrido, y tranquilos ya sobre este particular, pudímos descansadamente tomar un baño á nuestro placer. Ernesto salió primero; y en cuanto se vistió le encargué que quitase las alforjas al asno y las llenase de sal, de la que deseaba proveerme abundantemente. Se fué á cumplir el encargo, y tardando más de lo regular, estaba ya con algun cuidado por su tardanza, cuando oí su voz en opuesta direccion que reclamaba mi ayuda.

—¡Papá! ¡papá! ¡Venga V. pronto, que aquí hay un pez grandísimo que tira mucho, y me va á romper el sedal!

Acudí asustado hácia donde sonaba la voz, y encontré á Ernesto que, despues de haber llenado de sal las alforjas, se habia puesto á pescar en una len-