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CAPÍTULO XII.

—¡Sí, sí, bendigámosle con toda nuestra alma, añadió mi esposa, por esta nueva bendicion!

Todos mis hijos repitieron en coro estas jaculatorias, sin exceptuar el pequeño Franz, que á pesar de su poca edad unió su tierna voz á la de los demás.

Entretenidos en esto llegámos, sin sentirlo, hasta las rocas donde tenia su orígen el arroyo formando una cascada, y salvando con dificultad las junqueras y crecidas yerbas que la humedad aglomeraba en este sitio, llegámos á un punto encantador en que la montaña quedaba á la izquierda, y el mar en lontananza á la derecha.

Este muro de peñascos unos á otros sobrepuestos, presentaba el espectáculo más sorprendente y pintoresco. No parecia sino que estábamos ante el más rico y variado invernadero de Europa, con la sola diferencia, que en vez de estrechos y mezquinos bancales, y en lugar de unos cuantos tiestos en simétrica forma repartidos, de todas las grietas, de todas las hendiduras de las rocas brotaban con profusion las plantas más raras y variadas. Encontrábase allí la vegetacion del Nuevo Mundo en todo su esplendor y riqueza. Confundidos en agradable mezcla, ostentábanse los gruesos arbustos de espinosos y floridos tallos, al lado de las más tiernas y delicadas flores; la chumbera de las Indias, con sus anchas y carnosas palas; el aloe cargado de racimos de blancas flores; el cactus, irguiéndose altivo, guarnecido de florones prupúreos; la serpentina, dejando caer cual espesa cabellera sus entrelazadas y larga hojas; los jazmines blancos y amarillos; la vainilla con sus mazorcas perfumadas, presentando al traves de los grandes vegetales sus festones elegantes, y para contemplar el cuadro, la reina de las frutas, el anana ó piña americana crecia con abundancia. Comímos de ella hasta que nos hartámos, por que aun no la conocíamos sino por sus descripciones, y en efecto nos pareció delicioso, tanto por su aroma como por su agradable ácido. Atenta siempre mi esposa por la salud de mis hijos, les recomendó que no comiesen con tanta avidez ese fruto, temiendo que su crudeza les perjudicase. Más dificultoso era contenerlos, y más con la compañía de Knips, que como práctico les presentaba las piñas más grandes y maduras, ahorrándose el trabajo de alcanzarlo y de pincharse con las espinas de los arbustos que las rodeaban.

Miéntras que la familia menuda se regalaba á su placer yo hice otro descubrimiento. Entre los espinosos tallos de los cactus y aloes, reparé en una planta grande, cuyas largas hojas remataban en punta, y tanto por su forma como por otros indicios reconocí el karatas, precioso vegetal de cuyas hojas se saca hilo, del tallo yesca para encender, y machacada con agua, formando masa, sirve de cebo al pescado, á quien entorpece en términos de poderlo coger con la mano.

—Aquí teneis, dije á los niños, una cosa que vale más que esa piña que